Sanidades

Sanidades

(Tomado de un diario secreto 23/oct/2017)

Hoy Dios me recordó algo importante, y más tarde, leyendo, encontré un pasaje que reforzó ese pensamiento, dándole más claridad y fuerza a lo que ya rondaba en mi mente.

A menudo, pensamos que nuestra falta de fe es lo que impide que Dios nos sane de alguna enfermedad o condición. Sin embargo, no siempre comprendemos que es el propósito de Dios, su voluntad soberana, la que finalmente predomina. Es esa voluntad la que, en algunos casos, permite que no recibamos la sanidad que esperamos. Y la pregunta que surge es: ¿por qué? No lo sé, pero esto no significa que Dios sea injusto o cruel. Él sigue siendo bueno, justo y fiel. Lo que sucede es que para Dios, nuestra salvación eterna es mucho más importante que nuestra sanidad física. A veces, la sanidad puede alejarnos de Él, mientras que la falta de ella puede acercarnos más a su propósito divino.

En la Biblia, encontramos ejemplos de personas que no fueron sanadas a pesar de estar cerca de alguien con un gran don de sanidad, como el apóstol Pablo. Aunque Dios había obrado muchos milagros a través de él, había casos en los que no ocurrió una sanación. Quiero destacar tres de ellos:

1. Trófimo: En 2 Timoteo 4:20b dice que lo dejó enfermo (… y a Trófimo dejé en Mileto enfermo.)

2. Timoteo: Le recomienda que beba un poco de vino por su estómago y otras enfermedades, en 1 Timoteo 5:23 (Ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades).

3Y el mismo Pablo: En 2 Corintios 12:7-10, dice que, a pesar de haber orado para ser sanado, Dios le enseña que debe bastarse solo con su gracia y comprende que su poder se perfecciona en la debilidad, (Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.)

Estos ejemplos nos muestran que Dios actúa de maneras que a veces no entendemos. No se trata de cuánta fe tenemos o de cuántas veces pidamos la sanidad, sino de que Dios tiene un plan más grande para nuestras vidas, uno que siempre busca nuestro bien eterno, más allá de lo que podamos experimentar en lo físico.

Muchas veces, escuchamos que algunas personas piensan que basta con declarar sanidad o que alguien más ore por ellos para ser sanados. Y es cierto que esto funciona en algunos casos, como vemos en los evangelios cuando Jesús sanaba con una simple palabra, y aquellos que lo escuchaban eran sanados inmediatamente. Pero no siempre es así. Jesús usó métodos diversos y a veces sorprendentes para sanar.

Hubo una vez que sano con saliva, en Marcos 8:22-25 (Cuando llegaron a Betsaida, algunas personas le llevaron un ciego a Jesús y le rogaron que lo tocara. Él tomó de la mano al ciego y lo sacó fuera del pueblo. Después de escupirle en los ojos y de poner las manos sobre él, le preguntó: —¿Puedes ver ahora? El hombre alzó los ojos y dijo: —Veo gente; parecen árboles que caminan. Entonces le puso de nuevo las manos sobre los ojos, y el ciego fue curado: recobró la vista y comenzó a ver todo con claridad.).

A otro lo sano con lodo y saliva en Juan 9:6-7 (Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé ‘que traducido es, Enviado’. Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo.).

Dios hace como quiere, con quién quiere, en el momento y el lugar que quiere.

En el Antiguo Testamento, también vemos casos de sanidad que no ocurrieron simplemente por una palabra. Un ejemplo notable es el de Naamán, el comandante del ejército sirio que padecía de lepra. En 2 Reyes 5:1-19, el profeta Eliseo no lo sanó inmediatamente, sino que le ordenó lavarse siete veces en el río Jordán, un río sucio y despreciado en su tiempo. Naamán, al principio, no quería seguir estas instrucciones porque las consideraba humillantes, pero tras ser convencido por uno de sus siervos, obedeció. Al sumergirse en el río, fue sanado completamente.

Una vez más, esto nos recuerda que Dios hace las cosas de manera diferente según cada persona y cada situación. Él conoce el corazón humano mejor que nadie y sabe cuál es el mejor camino para cada uno de nosotros, no solo para nuestra sanidad física, sino para nuestra salvación eterna.



Eliseo y Naamán

Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso. Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán. Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra. Entrando Naamán a su señor, le relató diciendo: Así y así ha dicho una muchacha que es de la tierra de Israel. Y le dijo el rey de Siria: Anda, ve, y yo enviaré cartas al rey de Israel.

Salió, pues, él, llevando consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y diez mudas de vestidos. Tomó también cartas para el rey de Israel, que decían así: Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra. Luego que el rey de Israel leyó las cartas, rasgó sus vestidos, y dijo: ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que este envíe a mí a que sane un hombre de su lepra? Considerad ahora, y ved cómo busca ocasión contra mí.

Cuando Eliseo el varón de Dios oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel. Y vino Naamán con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo. Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo: Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio. Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mí: Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra. Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado. Mas sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio? Él entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio.

Y volvió al varón de Dios, él y toda su compañía, y se puso delante de él, y dijo: He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas algún presente de tu siervo. Mas él dijo: Vive Jehová, en cuya presencia estoy, que no lo aceptaré. Y le instaba que aceptara alguna cosa, pero él no quiso. Entonces Naamán dijo: Te ruego, pues, ¿de esta tierra no se dará a tu siervo la carga de un par de mulas? Porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová. En esto perdone Jehová a tu siervo: que cuando mi señor el rey entrare en el templo de Rimón para adorar en él, y se apoyare sobre mi brazo, si yo también me inclinare en el templo de Rimón; cuando haga tal, Jehová perdone en esto a tu siervo. Y él le dijo: Ve en paz. Se fue, pues, y caminó como media legua de tierra.


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