Restauración... Perdonar.

Restauración... Perdonar.

(Tomado de un diario secreto 23/oct/2017)

No perdonar y mantener resentimiento son cadenas que atan el alma, impidiendo que avancemos y vivamos en libertad. Estos sentimientos negativos nos detienen, nos llenan de amargura, y limitan nuestro crecimiento personal y espiritual.

Hoy, mientras escuchaba una prédica en BBN, reflexioné profundamente sobre este tema. Se titulaba "Camino a la Restauración", lección 5, forma parte de mi cuaderno de estudios. Me impactó tanto que quisiera compartir todo lo que aprendí, pero me siento bloqueada, sin la inspiración adecuada para expresarlo con palabras. No sé si es porque no debo hacerlo en este momento o simplemente porque no encuentro cómo empezar, pero me esforzaré en resumir las ideas principales y dejaré de lado los detalles más profundos.

Uno de los puntos más reveladores para mí fue comprender que el acto de no perdonar a veces surge de dos causas principales:

  1. No sentirnos perdonados por Dios: A menudo, si no experimentamos el perdón de Dios en nuestras propias vidas, se vuelve difícil perdonar a los demás. Nos quedamos atrapados en una sensación de culpa y falta de liberación.

  2. La soberbia que nos ciega: En ocasiones, nuestra incapacidad para perdonar nace de un sentido de superioridad moral, como si nuestras normas fueran más altas que las de Dios. Nos colocamos en un pedestal y nos negamos a conceder a otros el perdón que Dios nos ofrece tan generosamente. Al actuar así, es como si nos consideráramos mejores que Dios, lo cual es una trampa peligrosa.

A lo largo de mi vida, he aprendido que perdonar no es un acto que ocurre solo una vez; muchas veces es un proceso. Debemos perdonar tantas veces como sea necesario, hasta que nuestro corazón realmente se sienta libre. No siempre es fácil, y en algunas ocasiones puede ser útil desahogarse, expresar lo que sentimos. Sin embargo, eso no significa necesariamente que debamos confesar nuestro resentimiento directamente a la persona que nos lastimó, quizas no sabes donde se encuentra esa persona. Pero, hay otras maneras de liberar ese dolor, como hablarle a una silla vacía o escribir una carta que nunca será entregada. Personalmente, recuerdo un momento de mi vida en que esta técnica me ayudó muchísimo. Años atrás, Dios puso en mi corazón la necesidad de perdonar a alguien que me había herido profundamente. Aunque no pude decirle todo lo que sentía, hice el ejercicio de hablar sola, como si esa persona estuviera frente a mí. Esa experiencia fue una herramienta poderosa que me permitió sanar y sentirme libre de la carga del resentimiento.

Y con relación al segundo punto: si Dios, que es perfecto y superior a nosotros en todo sentido, nos perdona, ¿quiénes somos nosotros para no perdonar a otros? ¿O incluso para no perdonarnos a nosotros mismos? El hecho de que Dios nos perdone una y otra vez debería ser suficiente motivo para extender ese mismo perdón a los demás y no mantenernos cautivos del rencor.

Por último, es importante recordar que al perdonar debemos hacerlo con la actitud correcta. No se trata de esperar que la persona que nos ha ofendido se sienta mal o buscar algún tipo de venganza emocional. El perdón no es un arma que usamos para que otros se arrepientan o sufran. En realidad, el ciclo del resentimiento solo se rompe cuando elegimos perdonar sin condiciones, cuando lo hacemos de corazón y sin esperar nada a cambio. Ese es el verdadero camino hacia la restauración y la libertad.



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