Piénsalo dos veces

Piénsalo dos veces

(tomado de un diario secreto 08/Ago/2017)

Hoy me enfrenté a una situación que no manejé de la mejor manera, y al reflexionar sobre ello, me di cuenta de lo equivocada que estuve.

Salí de compras por la tarde, y en una de las tiendas encontré una prenda que llamó mi atención, decidí probarla, así que me dirigí a la zona de probadores, sin embargo, al llegar, noté que no había nadie que los estuviera atendiendo en ese momento. Me quedé cerca del mostrador, esperando pacientemente. Justo entonces, llegaron dos chicas que también estaban interesadas en probarse ropa. Poco después, apareció una joven empleada para abrir los probadores, pero antes de que pudiera reaccionar o decir algo, las dos chicas, que habían llegado después de mí, se apresuraron a ser las primeras en pasar. Solo había dos probadores disponibles, así que tuve que esperar.

En ese momento, un impulso de frustración y orgullo me invadió, y cuando finalmente fue mi turno, justo antes de entrar al probador, pronuncié en voz alta y con una mezcla de orgullo y desdén: "Lo último siempre es mejor". Lo dije con la intención de que ellas lo escucharan.

No obstante, una vez dentro del probador, la euforia inicial desapareció y comencé a sentirme incómoda, incluso culpable. Una sensación de malestar invadió mi corazón. En mi interior, sentía que Dios me mostraba que mi actitud no había sido la correcta. Me detuve a pensar: ¿Por qué no traté de ver la situación desde otra perspectiva? Quizás esas dos chicas tenían prisa, tal vez había algo urgente que necesitaban atender, algo que yo no conocía. Quizás había una razón más allá de mi comprensión para su apresuramiento. Yo, por otro lado, no tenía ninguna urgencia. Podía esperar sin que eso afectara mi día. Incluso me vino a la mente que, tal vez, al hacerme esperar, Dios estaba protegiéndome de algo que podría haberme afectado, dándome un tiempo extra para reflexionar y aprender.

Al darme cuenta de esto, me invadió una profunda vergüenza. No solo por lo que había dicho, sino por el orgullo con el que actué, pensando solo en mí misma. Reconocí que mi conducta había sido inmadura y egoísta, y me arrepentí sinceramente. Entonces, allí mismo, en el probador, elevé una oración en silencio, pidiéndole a Dios perdón por mi actitud, por haber permitido que el orgullo gobernara mis acciones. También le pedí que me ayudara a ser más humilde, a pensar en los demás antes de pensar en mí misma, y a responder con comprensión en lugar de impulsividad.

Esta experiencia me dejó una importante lección: en situaciones como esta, tengo la oportunidad de mostrar empatía y paciencia, en lugar de dejarme llevar por el impulso de defender mi orgullo.





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