La Locura de una Libertad que Aplaude lo Inmoral.

La Locura de una Libertad que Aplaude lo Inmoral

(Tomado de un diario secreto 01/may/2018)

Qué ironía la de la vida: pareciera que el mundo entero se ha vuelto tan insensato que, a veces, da la impresión de que en un manicomio podría encontrarse más cordura que en las calles. Todo se ve al revés. Lo que antes era valorado como virtud, ahora es motivo de burla; y lo que debería ser motivo de vergüenza, hoy se celebra como si fuera un logro.

Es ridículo y, al mismo tiempo, doloroso ver cómo tantas personas caminan con los ojos cerrados, creyendo que son libres cuando, en realidad, están atadas a cadenas invisibles. Se habla de libertad como si fuera el bien supremo, pero esa libertad se ha convertido en un pretexto para justificar la perversión, la degradación y el desprecio por lo que es justo y verdadero. Muchos comprometen sus principios por dinero, por fama o por conservar un puesto de trabajo, hasta llegar a traspasar los límites de la decencia. Y lo peor es que esa conducta se viste con títulos y diplomas, y a quienes la practican se les llama “profesionales”.

La situación no es nueva. Se parece demasiado a aquella fábula del rey que desfilaba desnudo, convencido de llevar un traje magnífico que solo los inteligentes podían ver. Nadie se atrevía a decir la verdad por miedo a quedar como tonto, y todos aplaudían el supuesto atuendo maravilloso. Solo la risa inocente de un niño rompió el hechizo, señalando lo obvio: el rey estaba desnudo. Esa historia refleja perfectamente lo que vivimos hoy. Una sociedad que aplaude lo absurdo, que defiende lo inmoral y que guarda silencio ante lo evidente, con tal de no quedar en ridículo ni ser rechazados.

Lo verdaderamente terrible es que cada vez más personas aceptan lo falso y lo inmoral únicamente para agradar a los demás, para sentirse incluidos o aprobados. Han olvidado que el único a quien debemos buscar agradar es a Dios, porque Él es quien tiene autoridad sobre nuestras vidas. Y no solo sobre la vida presente, sino también sobre la que continúa después de la muerte. Es a Él a quien un día daremos cuentas, y su aprobación vale infinitamente más que todos los aplausos que este mundo pueda ofrecer.





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